enero 31, 2011

Suicidándonos, que es gerundio

Por segunda vez se llevará a cabo, ahora en al menos 25 países del mundo y un territorio internacional (La Antártida) la Campaña 10^23 para concienciar a la gente sobre el hecho de que la homeopatía es una práctica inútil, un placebo carísimo, una práctica brujeril, supersticiosa y que niega todos nuestros conocimientos, y, en resumen, un negocio sucio que en 200 años no ha podido probar que pueda curar nada.

El más o menos críptico emblema de esta campaña contra el vudú (y es vudú, no ha demostrado ser otra cosa) es 10 elevado a la potencia 23. Los escépticos de Merseyside, quienes propusieron esta campaña, lo eligieron debido al número de Avogadro.

¿El número de qué?
Amadeo Avogadro, científico turinés del siglo XVIII y XIX descubrió cómo averiguar cuántas moléculas de una sustancia determinada hay en una determinada cantidad de dicha sustancia según su peso molecular, cantidad que se denomina "mol". Este número es, redondeando, 6,02 x 10^23.

Utilizando la ley descubierta por Avogadro (y que es validada día a día en todos los trabajos de química, es decir, no se trata de un invento u ocurrencia, sino de un hecho demostrado y confirmado sin cesar), podemos saber cuántas moléculas de una sustancia hay en una cantidad determinada de dicha sustancia. Cuando aplicamos esta ley a la cantidad de sustancia supuestamente curativa que queda en un preparado homeopático, y al número de veces que se diluye, el resultado es que en lo que nos venden como "belladona", "cucaracha" (oh sí, la cucaracha en polvo es un medicamento homeopático como lo son otros productos cuanto menos extraños, incluida la caca de perro) o cualquier otra sustancia de la farmacopea homeopática, si la dilución es de 12C o mayor (y suelen llegar hasta los 300C) no queda ni una sola molécula de lo que viene en la etiqueta.

Esto explica también por qué la homeopatía no tiene efectos adversos, claro. No tiene ningún efecto porque no es nada, salvo la lactosa, sacarosa y otros productos que se usan para hacer los comprimidos.

No habiendo nada de la sustancia original, entramos totalmente en el terreno del vudú. Los homeópatas hablan de cierta imaginaria "memoria del agua", que no sólo no han probado, sino que sería muy rara considerando que sus preparados no los presentan como agua, sino en pastillitas en las que se supone que se ha puesto una gotita del agua que NO tenia NI UNA molécula de lo que nos están vendiendo.

Ya ni pregunte usted cómo funciona la homeopatía, es decir, cuál es la teoría de cómo la pastillita de azúcar sólo se acuerda de una sustancia disuelta en el agua en la que se remojó y que ya se secó, pero no de las muchas otras que alguna vez tuvo disueltas el agua desde que se formó hace algunos millones de años (para el caso, una gota de agua de mar sería el remedio universal, pregunte por qué no y vea retorcerse a su homeópata), de cómo el cuerpo lee esa memoria y qué mecanismos físicoquímicos serían los responsables de que esa memoria se convierta mágicamente en una "curación" de lepra, cáncer o SIDA (que hace falta ser desvergonzado para prometer eso a un enfermo). Y no pregunte porque no tienen respuesta.

Si las sustancias diluidas son "más potentes" que las normales (según dicen los homeópatas, al grado de que a diluir una sustancia le llaman "potenciarla"), una caja de pastillas homeopáticas para dormir debe ser al menos un poco más eficaz para dormir que una caja de barbitúricos. En los desafíos homeopáticos se ha demostrado una y otra vez que ya se puede comer uno todas las cajas que quiera de pócimas homeopáticas, que a menos que sea intolerante a la lactosa, no van a tener ningún efecto. Ni positivo ni negativo. Como dice el lema de la campaña en español, "ni cura ni nada".

Esta campaña tiene por objeto hacer conciencia  del timo monumental al que están siendo sometidas muchas personas que de buena fe buscan una opción mejor que la medicina científica basada en los hechos, las evidencias y el conocimiento. Por supuesto, la medicina de verdad puede mejorar mucho, tiene mucho por aprender y está lejos de ser perfecta, pero nada de eso significa que el vudú y la magia sean mejores que la medicina de verdad. La lógica de la homeopatía es como decir que es mejor volar en tapete mágico que en avión, porque los tapetes mágicos no sufren accidentes mortales... sin demostrar que los tapetes mágicos vuelen, claro.

Si quiere ser parte de esta campaña, el llamado "suicidio homeopático" está previsto en varias ciudades de México, Argentina y España el sábado 5 de febrero. En Gijón, será parte de la reunión mensual de "Enigmas y birras", abierta como siempre a todo público, pretenda suicidarse o no.

Postdata poco después: Por cierto, si a usted le parece que "algo habrá" porque muchas personas dicen que a ellas les funciona la homeopatía, le invitamos a leer esta entrada precisamente intitulada "A mí me funciona".

enero 19, 2011

La encuesta de El retorno de los charlatanes"

Todos los lectores están invitados a responder la la encuesta "¿Quién lee El retorno de los charlatanes?"

Pueden encontrarla en este enlace.

Muchas gracias a todos los que nos hagan favor de responderla. Es totalmente anónima, por supuesto.

enero 18, 2011

Preocupaciones

En una comunidad artística en línea en la que participo, una muy joven artista plástica australiana, en un diálogo sobre otro tema, me comentó: "Me preocupa lo que comer carne y muchos productos procesados le está haciendo a mi cuerpo. Me preocupo por los antibióticos, y muchos medicamentos. Me preocupa el botox."

Le respondí:

Es maravilloso que gracias a las cosas que te preocupan, todas ellas producto de la ciencia y la tecnología, tengas muchos, muchos años más para preocuparte que cualquiera de tus predecesores. Esas personas, antes de los antibióticos y los medicamentos, sólo podían preocuparse 38 o 40 años antes de morir como viejos, habiendo sufrido innumerables afecciones que probablemente no les permitían preocuparse de las mismas cosas. Para cuando tus ancestros femeninos tenían tu edad, ya tenían tres o cuatro hijos, y necesitaban acelerar a producción porque los niños morían fácilmente, algunos se veían incapacitados por la polio, desfigurados por la viruela, se les freía el cerebro con la tosferina o morían de infinidad de otras enfermedades de las que ni siquiera has oído hablar. Enfermedades también para las mamás, como la "fiebre puerperal", de la que tenías un 35% de probabilidades de morirte cada vez que dabas a luz. Por supuesto, a menos que fueras rica, la escuela y el arte no eran opción para una joven. La costura era la mayor ambición que se les permitía. Por eso sus preocupaciones probablemente eran distintas, no tenían información. Tú, por otro lado, disfrutas de todas las ventajas de la ciencia, la medicina y la creciente conciencia sobre los derechos básicos que viene con el conocimiento, así que puedes preocuparte de verdad durante más de 80 años con una calidad de vida no conocida jamás en la historia humana. Y hacerlo en Internet, lo que decididamente es muy guay

Yo, por mi parte, me preocupo de que los jóvenes cierren los ojos a las maravillas que hemos logrado como especie, y cuánto se benefician de ellas, y cuáles son los problemas reales, qué tan complejos resultan y cómo enfrentarlos, porque no saber eso tampoco le hace justicia a sus cerebros. Espero que más personas en el mundo obtengan antibióticos, y medicinas y carne, para superar el subdesarrollo y la desnutrición.

enero 07, 2011

Vida después de la muerte

"El fantasma de Barbara
Radziwill, de Wojciech Gerson
via Wikimedia Commons 
Las religiones y muchos sistemas de creencias incluyen entre sus dogmas la idea de que, de alguna forma más o menos mágica, la personalidad de los seres humanos sigue existiendo después de su muerte. Las variedades de esta creencia son numerosas.

Algunos creen que esa personalidad o espíritu mantiene la forma que tuvo el cuerpo antes de la muerte, e incluso cuenta con una indumentaria de ropa fantasma, accesorios fantasmas (cadenas, anillos, brazaletes), calzado fantasma y otros artículos que igualmente sobreviven a la muerte de sus dueños.

Otros, más místicos, simplemente consideran que el espíritu es algo mágico y sobrenatural que puede viajar al cielo para mirar a dios y quedar embelesado por toda la eternidad (y sin aburrirse, que suena más impresionante aún), o bien puede entrar en el cuerpo de otras personas o animales, reencarnando (no explican qué pasa con el "espíritu" que originalmente iba a tener el cuerpo usurpado). Supuestamente, en el budismo, el alma finalmente alcanza la perfección (identificada con la ausencia total de deseos, furia y otros estados conflictivos, de modo que tiene que darle exactamente lo mismo cualquier injusticia de cualquier tipo para poder obtener una entrada al Nirvana).

Pero, si uno muere, digamos, presa de un terrible Alzheimer... ¿su fantasma recuperará sus recuerdos o será un espíritu errante, sin idea ni de cómo se llama, incapaz de memoria y de realizar las tareas más sencillas? ¿El espíritu de un ciego es ciego? Y si no lo es, ¿cómo adquiere de pronto toda la información necesaria para interpretar el mundo visual? Sabemos que los ciegos a los que la ciencia les ha dado la vista después de ser ciegos casi toda su vida tienen graves problemas de adaptación y no pueden entender intuitivamente ni la percepción de la profundidad ni las expresiones emocionales, porque su ceguera ha afectado el desarrollo de su corteza cerebral, como en el caso del esquiador Mike May.

Autorretrato de
Vincent Van Gogh
via Wikimedia Commons
Seguramente los teólogos, excelentes para toda sofistería que se necesite, dirán que el alma, siendo perfecta, puede perfectamente arruinarle la vida a muchas personas, pero ya muerta recupera todos los más perfectos sentidos: memoria, vista, oído... Vale, pero... ¿es entonces la misma persona de la que estamos hablando? Hellen Keller consiguió comprender y conmover al mundo como sordociega... ¿un espíritu sin esas limitaciones es la misma mujer cuyo ejemplo mantenemos presente? No sólo somos nuestras "perfecciones", sino también somos nuestras imperfecciones, Van Gogh sin sus ansiedades y su angustia, sus obsesiones y su pasión artística, sin sus amores delirantes y sus peleas ebrias con Gaugin, convertido en una especie de San Francisco apacible, sonriente, tranquilito y con la oreja de vuelta en su sitio... ¿es realmente Van Gogh o es una simulación lamentable, muy distinto del hombre que nos legó esa maravilla conmovedora llamada "Los comedores de patatas"?

Nuestra personalidad es un continuo cambiante. Cuando nacemos no somos "nosotros" realmente. Tenemos algunos comportamientos innatos de duración limitada (como la búsqueda del pezón por el tacto y el olor o la capacidad de nadar), otros instintos que nos duran toda la vida y algunas predisposiciones genéticas que no dependen del "alma" sino de los cromosomas que nos han dado nuestros padres sin magia de por medio. Pero no son "nosotros" en concreto porque son, precisamente, patrimonio de toda la humanidad. El "yo" se va construyendo sobre esas bases al paso del tiempo. Y parte de esa reconstrucción implica la destrucción de la personalidad anterior. Esto lo evidencian todas las historias que todos podemos contar sobre "de niño yo era de tal forma y ahora no lo soy", "cuando era más joven me gustaba tal o pensaba cuál y ahora me gustan otras cosas y pienso otras cosas", "antes de cumplir 89 años no se comportaba así"...

Antonio López de
Santa Anna
via Wikimedia Commons
¿De quién es el fantasma o espíritu que sobrevive según las creencias más diversas? ¿El que era la persona a cierta edad o el que era al final de su vida? Un transexual, digamos, ¿vuelve con el aspecto con el que nació o vuelve como es en realidad, como corresponde a sus sensaciones y percepciones, con el sexo para el que se adaptó quirúrgicamente? ¿Los espíritus de los amputados tienen la pierna perdida o ésta tiene fantasma por su cuenta? El asunto no es trivial cuando uno recuerda casos de comedia de horrores como el del farsantesco presidente mexicano López de Santa Anna, que perdió una pierna en la no menos absurda Guerra de los pasteles contra Francia, e hizo que se realizara toda una ceremonia funeraria para su miembro amputado. Años después, cuando el dictador que perdió la mitad del territorio mexicano en la guerra con Estados Unidos finalmente huyó del país, la turba desenterró la momia de la pierna del también llamado "Quince uñas" y la arrastró por las calles de la Ciudad de México.

Más aún, si en el transcurso de su vida alguien pierde parte de su personalidad por un accidente o una enfermedad, ¿esa parte vive independientemente a partir de ese momento? Por ejemplo, en diciembre se conoció el caso de una mujer que, debido a una proteinosis lipoide perdió en su adolescencia las amígdalas cerebrales y desde entonces es incapaz de sentir miedo. ¿Su miedo reencarnó en otra persona que ahora tiene miedo doble? ¿Existe el fantasma de su miedo? Vamos a ver, que nuestros miedos son parte clave de quiénes somos y de cómo somos. Si podemos perder una parte así sin que ésta siga sobreviviendo en el cielo, o recorra casas abandonadas diciendo "soy el miedo de Fulanita", o reencarne en un león miedoso, ¿no es más lógico pensar que podemos perder toda nuestra personalidad al morir?

Nadie se pregunta a dónde va nuestra digestión cuando morimos. O si el ciclo de Krebs (serie de reacciones químicas parte de la respiración celular) de nuestras células reencarnó en algún lama tibetano (o en Steven Seagal, que según el Dalai Lama es la reencarnación de un sacerdote budista llamado Chungdrag Dorje). O si el amor que sentimos por nuestra primera ilusión romántica adolescente está en el banquete de Odín o aburriéndose como una ostra en el Hades, bien vigilado por Cerbero.

Nuestra personalidad, emociones y sentimientos son funciones de nuestro sistema nervioso. Un daño al sistema nervioso puede cambiar, mutilar, redefinir o destruir nuestra personalidad en parte o en su totalidad. Esto debería bastar para entender que la personalidad se extingue con la muerte como se extingue el pulso, la capacidad de tocar la flauta o el gusto por los asados de cordero.

Si existen los fantasmas, como suele decir el amigo Manolo Elmas, son según se usa la palabra en España: personas vanas y presuntuosas, bocones, bravucones, echadores, fanfarrones, fantoches, jactanciosos, matasietes y bloferos. O "investigadores de los paranormal" y "teólogos", si usted prefiere.

enero 06, 2011

Príncipe y brujo vudú

Acaba de aparecer en Gran Bretaña una coqueta agrupación con más buen rollo que Pocoyo y que busca "unir a pacientes, médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud, en lugar de separarlos en tribus". Tal es la misión anunciada del College of Medicine, colegio según la cuarta apolillada acepción de la aterosclerótica Real Academia Española, que dice: "Sociedad o corporación de personas de la misma dignidad o profesión", donde "dignidad" tiene el mismo tufo a catacumba que "nobleza", pero bueno, se medio entiende: club de gente con intereses comunes.

El caso es que el recién estrenado College of Medicine es algo rarito, cuando su primer seminario público sobre cuidado del cáncer se ocupa de los supuestos daños ocultos y misteriosos que las exploraciones de tomografía computarizada (CT) tienen sobre los pacientes, y que tal seminario sea impartido por una curandera que se dice capaz de curar el cáncer sin haber mostrado nunca a pacientes curados de ésos que nos dejarían impresionadísimos, una tal Jane Plant, de profesión geoquímica, cosa que suena a la composición química de nuestro planeta, porque tal es esa especialidad, pero que no tiene nada que ver con la curación del cáncer, el estrés, la advertencia de los riesgos de los escaneos CT (que son los de los rayos X, porque en la CT se usan rayos X, bastante bien estudiados durante más de cien años) ni cosa similar.

Imagen de Wikimedia Commons
Y es que el College of Medicine fundado el 29 de octubre, es un intento más de Carlos, ese señor que hace de príncipe en Inglaterra, para promover su negocio y supersticiones sobre las "medicinas alternativas". Así, los "otros profesionales de la salud" referenciados en la misión del College of Medicine vienen siendo personas que NO son profesionales de la salud, sino practicantes de distintos rituales que, dicen, curan a los enfermos, aunque nunca lo hayan podido probar.

El anterior intento del príncipe fue la Fundación para la Salud Integrada donde Carlos descaradamente hizo enormes esfuerzos aprovechando su influencia política para lograr que el Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña aceptara (y financiara, claro) la medicina vudú como si fuera medicina de verdad. En el proceso, escribió cartas a la agencia regulatoria de medicamentos y productos de salud, lo cual al parecer ayudó a que se relajaran las reglas respecto del etiquetado de productos como los que vende Carlos.

Dichas cartas, por cierto, se mantienen en secreto como las demás misivas, no pocas, que ha enviado Carlos de Inglaterra a los ministros ingleses para influir en sus decisiones.

La fundación de Carlos cerró en 2010 entre acusaciones de fraude, lavado de dinero y el arresto de uno de sus antiguos directivos, no sin antes sacarle 300 mil libras al Departamento de Salud británico. Carlos, siempre atento, cerró la fundación y esperó unos meses antes de relanzarla como el tal College of Medicine.

El heredero del trono de Inglaterra (y la sobrecogedora fortuna de su madre) no sólo ha promovido la medicina vudú en su país, sino que ha llegado a solicitar a la Asamblea Mundial de la Salud que integre las medicinas que no han demostrado su eficiencia con la medicina real, como si fueran sólo otro sabor y no una falsificación.

Esto no es sólo una chifladura de un personaje sin méritos para ser famoso, ni siquiera conocido. Cierto que Carlos de Inglaterra es un creyente en el new age, la "kábala" según la practican personajes como Madonna y demás enseñanzas de Laurens Van der Post, místico jungiano que llegó a ser considerado "el gurú de Carlos de Inglaterra" y le enseñó cosas tan importantes como a "hablar con sus plantas", actividad que seguramente ocupa bastante del tiempo libre de Carlos de Inglaterra. Aunque le deja tiempo para promover supuestas "técnicas" de diagnóstico basadas en la interpretación mágica de la lengua, el iris y el pulso, tan demostradas como la existencia de los duendes irlandeses y los dragones.

Imagen de Wikimedia Commons
Pero detrás de ese misticismo conversador con plantas, que podría calificar incluso como una de esas excentricidades inocuas que son parte de la identidad del Reino Unido, está el negocio de Duchy Originals from Waitrose, empresa propiedad del presunto heredero a la corona que produce "alimentos orgánicos" de manera "sustentable" (o eso dicen) y diversos productos de "medicina alternativa" (sin haber hecho jamás un solo estudio para determinar la eficacia, seguridad, dosificación o utilidad de ninguno de ellos). Las propuestas son tan absurdas que incluso un promotor de la "medicina complementaria" como  también llaman a la pseudomedicina y al vudú, Edzard Ernst, acusó públicamente en la BBC a Duchy Originals de "explotar al público en tiempos de dificultades económicas" con una supuesta tintura "desintoxicante", de ésas que supuestamente liberan al cuerpo de supuestas toxinas inexistentes para mayor gloria de la billetera de un señor que se cree noble.

Claro que una práctica terapéutica debería ser aceptada o rechazada con base en las evidencias que pueda aportar sobre su seguridad, eficiencia, mecanismos y, claro, riesgos y efectos secundarios, porque no hay nada que no tenga efectos secundarios, diga lo que diga la publicidad de las pseudomedicinas. No sobre la base de las creencias irracionales de personas famosas... y menos de sus negocios.

Pero para los vendedores de humo empeñados en la ikerjimenización del mundo, es más rentable ocuparse de embaucar a famosos que los publicitan entusiastas (como Shaquille O'Neal y la fraudulenta pulsera PowerBalance), las absurdas dietas desintoxicantes en que cree Naomi Campbell, la histeria antivacunas de Jenny McCarthy basada en un estudio fraudulento o los parches de titanio del Príncipe Felipe en España) que de demostrar que sus delirios sirven para algo más que para reducir la cuenta bancaria de gente bienintencionada que cree que porque alguien es famoso (atleta, modelo, actor, supuesto noble) merece alguna credibilidad médica.

enero 04, 2011

Morir de miedo... ajeno

El arroz dorado

El arroz tradicional y el arroz dorado enriquecido.
(Foto CC del International Rice Research
Institute (IRRI), vía Wikimedia Commons
En el año 2000, Ingo Potrykus, científico alemán del Instituto de Ciencias Vegetales de Instituto Federal Suizo de Tecnología, anunció haber conseguido introducir en una variedad de arroz dos genes (uno de una bacteria y otro de la flor del narciso). Con estos genes, este alimento esencial de 3 mil millones de personas en Asia y África biosintetiza beta-caroteno natural, una sustancia que nuestro cuerpo utiliza para producir vitamina A. El objetivo de Potrykus era darle una fuente de provitamina A al 10% de esas personas que dependen del arroz y sufren una grave deficiencia de vitamina A (el arroz no tiene provitamina A, y para muchos es el único alimento, sin tener acceso a otras plantas que pudieran suplir la deficiencia). La falta de vitamina A, que afecta aproximadamente a un tercio de los niños del mundo es una deficiencia nutricional grave, ocasiona anualmente la muerte de al menos 67 mil niños menores de 5 años, la ceguera a entre 250 mil y 500 mil niños más y participa en problemas de bajos niveles de crecimiento entre los niños.

El resultado, el "arroz dorado", llamado así por su color amarillo anaranjado a diferencia del blanco del arroz común, era además un proyecto humanitario. A diferencia de las semillas transgénicas producidas como negocio por empresas de biotecnología, el arroz dorado se creó para darse gratuitamente a los agricultores, en especial los pobres.

Ante esta promesa, diversos grupos presuntamente ecologistas, muy destacadamente Greenpeace, se aferraron al dogma de oponerse a todo organismo genéticamente modificado (sea que alteren sus propios genes o que se introduzcan genes de otros organismos, como en este caso). Sin explicaciones, sin justificaciones, "como asunto de principios", dijo el director de la campaña contra el arroz dorado Benedikt Haerlin quien en 2001 amenazaba con "acciones", en el estilo habitual del grupo (su afirmación, en ese email, de que la gente tendría que comer 9 kg diarios de arroz para obtener la vitamina A necesaria, por cierto, es una mentira clarísima; 144 gramos rinden el consumo diario recomendado, muy por encima de lo necesario para evitar la deficiencia de vitamina A). Cierto que sería mejor que esos 3 mil millones de personas tuvieran acceso a dietas balanceadas con tuberosas, verduras de hojas y frutas, pero es inviable en la situación socioeconómica y política actual. Ante una acción positiva, real e inmediata, los pseudoecologistas optaron por la fantasía. Como decirle a una víctima de un apuñalamiento que "lo mejor sería que no lo hubieran apuñalado" y usar eso como argumento para no darle atención médica.

Ya retirado, Ingo Potrykus, que fue además atacado, amenazado e insultado por su intención de salvar seres humanos (al grado que su invernadero suizo era una instalación de alta seguridad antiterrorista) se ha dedicado al Consejo Humanitario del Arroz Dorado para conseguir que este grano se ponga a disposición de quienes se beneficiarían de él. En 10 años de oposición, son millones las muertes y casos de ceguera y otras afecciones que se podían haber evitado, vidas que han dependido de lo que cada vez parece más una religión, con dogmas inatacables, principios no sometidos a discusión y un rechazo a la ciencia que poco se diferencia del que practican los creacionistas, pseudomédicos y conspiranoicos más delirantes.

Mosquitos contra el dengue

2011 amanece con otra historia de horror de simulación ecologista de la que nos informa Jorge Alcalde, director de la revista Quo.

Imagen de Wikimedia Commons
A fines de 2010, las autoridades de Malasia anunciaron que emprenderían un programa para liberar mosquitos machos genéticamente modificados de la especie Aedes aegypti para controlar la fiebre del dengue, causada por un virus cuyo vector es, precisamente, ese mosquito. El dengue infecta a entre 50 y 100 millones de personas al año, medio millón de las cuales necesitan hospitalización, y mata a unas 12.500 personas en toda la franja tropical del planeta, endémico en 110 países.

El mosquito macho básicamente tiene genes que hacen que sus crías sean inviables, reduciendo así la población del mosquito.

Sistemas así ya se usan desde hace años aunque la modificación genética se hace mediante radiación nuclear. El gusano barrenador del ganado, larva de la mosca Cochliomyia hominivorax ha sido controlado en Estados Unidos y el norte de México produciendo primero por selección artificial machos altamente atractivos para las hembras y luego criando sus larvas en una planta productora situada en el estado mexicano de Chiapas. Las larvas son irradiadas con rayos gamma de cobalto 60, esterilizándolas. Como la hembra de esta mosca sólo se aparea una vez en la vida, si opta por uno de estos atractivos pero estériles machos, sus huevos no serán viables, evitando muertes de ganado y problemas económicos a los productores grandes y pequeños.

A principios de 2011, las autoridades malayas han anunciado que suspenden indefinidamente el plan piloto de liberación de entre 4 mil y 6 mil machos modificados genéricamente debido a las protestas de grupos ecologistas y de consumidores. Algunos de los argumentos para no emprender esta acción contra el dengue realmente alucinan, como el de Jaymi Heinbuch, que bien atendido en California nunca tendrá dengue, ni lo sufrirán sus hijos, y que asegura que hay "formas más holísticas" de evitar la difusión de la enfermedad. Menciona los esfuerzos para controlar las aguas estancadas, más costosos y que han fracasado después de años de lucha (pero que mejorarían enormemente si se utilizara DDT, uno de los demonios del pseudoecologismo), o aumentar el acceso de los malayos a la atención médica de calidad. Esto último es imposible dadas las condiciones del país, por holístico que le suene a un adepto al new age de California, pero además no prevendría la enfermedad, sólo ayudaría a reducir el número de muertes tratando a tiempo a quienes padecen los atroces síntomas del dengue.

El sufrimiento de los enfermos, al parecer, es lo bastante holístico para no preocupar a personas que se han autoproclamado los salvadores de la tierra.